Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, marzo 27

Palestina, transformar el dolor en lucha

 


Esto es lo que nuestra clase gobernante ha decidido que será lo normal” Aaron Bushnell (RIP 25/02/2024)

 

Se van a cumplir, o se han cumplido ya, 5 meses desde que el Estado israelí recrudeciera las acciones militares contra la población palestina. Todas conocemos las brutales consecuencias de las operaciones del ejército invasor llevada a cabo durante este tiempo. Todas estamos enteradas de la cifra de asesinatos totales, todas hemos visto las imágenes de ciudades enteras arrasadas, todas hemos leído alguna de las múltiples denuncias sobre la situación alarmante de hambre, sed, proliferación de enfermedades, falta de recursos y atención sanitaria, etc. Todas sabemos lo que hay, todas sabemos que la situación es incomparable a ninguna otra.

Estamos presenciando la comisión de un genocidio, ampliamente documentada en medios y redes sociales. Ninguna otra operación de exterminio está dejando tanto testimonio directo, pero, aún así, ni la llamada comunidad internacional, ni tribunales u otros organismos de intercesión en situaciones de conflicto, han dado ningún paso con efectos palpables, se han limitado a declaraciones con simple valor simbólico, a una teatralización de la indignación.

El caso del Estado español es también sangrante, mientras el Gobierno ha continuado autorizando la venta de armas a Israel durante todos estos meses, como ha quedado suficientemente acreditado, la acción gubernamental se ha basado en elevar un poco el tono de voz en alguna rueda de prensa o conferencia, para, posteriormente, retractarse en cuanto la representación diplomática israelí exigía explicaciones. Mientras todo esto ocurría, ministros y ministras del Gobierno del ala izquierda acudían a manifestaciones o se pronunciaban por redes sociales, evidenciando, más si cabe, la incapacidad y la farsa de la socialdemocracia.

Ya nos recordaban las organizaciones revolucionarias pro-palestinas que, a la lucha por la liberación, en nada podía contribuir la intervención de estos organismos internacionales, que los tribunales de justicia creados por las potencias coloniales que sostienen a Israel, nunca serán parte de la solución, por ello, es en el seno de nuestra clase donde debemos crear complicidades solidarias con el pueblo palestino, enarbolando, una vez más, la bandera del internacionalismo.

Pero estamos en una situación difícil, nuestras organizaciones no están en su mejor momento, no contamos, por ejemplo, con un gran sindicato, decidido, firme, que pueda paralizar puertos, fábricas enteras, etc. Además, andamos desconcertadas, con un gran sentimiento de impotencia, desbordadas por las imágenes tan duras que nos llegan, luchando contra el dolor, yendo de una a otra manifestación sin mucha esperanza en el alcance que puedan tener, por ello, nos preguntamos, una y otra vez, qué hacer, sabiendo que es necesaria una intervención directa, en el presente, pero, también, a su vez, que el recorrido es largo, que tenemos mucho trabajo por delante para recomponer un tejido político radical que pueda ser una herramienta útil de solidaridad internacional.

 


Antes de todo esto, habíamos leído libros que se preguntaban qué estaba haciendo la humanidad ante otras situaciones terroríficas, que reflexionaban sobre cómo es posible que ocurrieran ante la pasividad o complicidad del resto, ahora nos ha tocado a nosotros y todo lo que habíamos leído ha saltado por los aires, parece que no nos sirve para casi nada.

Así que volvemos al inicio, a la eterna pregunta, qué hacer. Pues, de momento, seguir. Que el pueblo palestino no caiga en el olvido, que el silencio no les termine de enterrar, que esté presente siempre, en nuestras conversaciones y en nuestras calles. Que la bandera palestina llene nuestros balcones, nuestros muros, etc. Que, en nuestros colectivos, ocupe el lugar prioritario que merece.

Pero esto no es suficiente. Vivimos en el corazón del poder colonial, en la UE, algo más se puede hacer. Necesitamos una militancia internacionalista. Las compañeras de Catalunya, UK o de otros diferentes lugares, nos han mostrado diferentes alternativas como la ocupación de intereses económicos israelíes, bloqueo de fábricas de armamento, tecnología militar, etc., campañas de boicot a quienes colaboran con el Estado sionista, jornadas de huelgas, generales o en sectores concretos, etc., es decir, contestar en el terreno económico, arremeter contra sus intereses productivos, impedir que la dinámica de producción y consumo continúe con total normalidad, sobre todo, en aquellos sectores con vinculación directa con la maquinaria de guerra sionista.

Pero no es solo la única vía, también es necesario construir nuestro propio discurso que, entre otras cosas, defienda el derecho a la resistencia del pueblo palestino y se oponga al relato de la socialdemocracia que plantea la posibilidad de una armonía pacífica, obviando los diferentes conflictos e intereses presentes, defendiendo la solución de los dos Estados, sin criticar en sí al propio Estado israelí, asumiendo que su dinámica actual es fruto de los excesos de una clase dirigente concreta y no parte intrínseca de su naturaleza. Además, otra vez, dictando planes desde la lejanía, eliminando cualquier posibilidad de agencia a la población palestina. Más allá de la necesaria crítica libertaria al proyecto estatal, no hay posibilidad de convivencia alguna con un poder colonial.

Seguir teniendo presente lo que está ocurriendo, apoyar materialmente a la resistencia palestina y a las organizaciones que están trabajando en el terreno, ir más allá de la manifestación como forma de presión, forjar discurso y crítica radical, etc., pueden ser parte del plan de lucha que tenemos que crear, rompiendo con la inercia de los caminos ya recorridos una y otra vez, reflexionando en colectivo para poder actuar aquí y ahora, a la vez que reconstruimos nuestras bases para afrontar los conflictos futuros.

 

https://www.todoporhacer.org 

 

 

domingo, marzo 24

Matar el turismo para sobrevivir nosotros

 

En pocos años el modo en que la sociedad percibe el turismo ha cambiado radicalmente. Durante la década anterior a 2019 se creó una palabra, turismofobia, que intentaba definir la actitud de cualquiera que fuese crítico con esta industria. Y no eran pocos, porque en diversos destinos del mundo se sucedían las protestas contra la gentrificación y empeoramiento de las condiciones de vida para los residentes, provocadas por el turismo masivo. Turismofobia no era sin embargo un palabra neutral, desplazaba la culpa hacia el que protestaba, lo equiparaba a un enfermo mental, alguien con una fobia injustificada. Porque desde que apareció el turismo de masas, esto es, los viajes asequibles para las clases medias, solo habíamos oído elogios para una actividad que desarrollaba regiones deprimidas, proporcionaba bienestar económico a regiones o países enteros, y ofrecía una forma de ocio ideal para las vacaciones anuales del trabajador. Incluso llegó a asociarse con beneficios adicionales como fomentar la paz. Todos esos argumentos en su defensa ya no son válidos, o al menos no se aceptan ya masivamente. La realidad turística los ha matado.

Y esa es seguramente la razón por la que el término turismofobia ha dejado de usarse, ya no hay quien se crea que esto es un problema de unos pocos. Este mismo verano se sucedían las noticias negativas, ya no silenciadas ni contestadas por una industria que empieza a asustarse, consciente de que puede matar su gallina de los huevos de oro. Oímos que un movimiento popular en Grecia trata de recuperar sitio para los nacionales en sus playas, donde ya no pueden poner las toallas, porque se han reservado para los turistas. Mismo país, la Acrópolis de Atenas impone un numerus clausus porque la masificación es terrible, amenaza el monumento e incluso pone en peligro a quienes asisten. Los ayuntamientos de la Costa Brava hicieron en verano un llamamiento desesperado: no cabe más gente en sus playas, no tienen capacidad para gestionar esa afluencia. En Galicia cancelaron una página web porque vendía pases falsos para acceder a la playa de As Catedrais. Y a Barcelona volvió la protesta ante la feria inmobiliaria The District con el lema «fuera especuladores de nuestros barrios». Puede pensarse que esto último no tiene relación con el turismo, pero el centro de las grandes ciudades turísticas es ahora un gigantesco negocio inmobiliario para alquiler y hoteles turísticos. Nueva York, tratando de que exista vivienda asequible en la ciudad, tiene una nueva regulación cuyo sobrenombre no deja lugar a dudas: «ley contra Airbnb». La Junta de Andalucía, uno de nuestros masificados destinos turísticos, prepara algo en ese sentido, previendo aprobar antes de fin de año un decreto que permitirá a las ciudades regular el alquiler turístico. Si quieren.

En suma, el turismo ya no solo es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, empieza a ser visto como tal. Lo es para quien lo recibe y para el planeta, por su inmensa huella de carbono y contribución al cambio climático. Lo que hace incomprensible que no abunden los estudios y los intelectuales analizando un hecho que forma parte inseparable de la sociedad de hoy. El sociólogo francés Rodolphe Christin es la gran excepción, y no puede ser casualidad que su país, Francia, ya sea el primer destino turístico mundial. Junto a España y EE. UU. disputamos y alternamos los tres primeros puestos, recibiendo equitativamente el daño. La de Christin es casi la única voz crítica y el primero que la alzó con esta crítica. Su trayectoria resulta ahora aún más interesante porque publicó durante la turismofobia el primer gran manifiesto antiturista, Mundo en venta, crítica de la sinrazón turística, que Ediciones El Salmón editó en nuestra lengua en 2018. Ahora la misma editorial publica la segunda entrega del sociólogo, Contra el turismo, ¿podemos seguir viajando?, que no es una continuación del anterior, sino una mirada postpandémica a esta nueva realidad donde muchos aceptan ya que el turismo es un perjuicio enorme. Su mirada sobre el fenómeno no es solo certera, sino escalofriante. Sobre todo porque nos pone ante el espejo de nosotros mismos. Christin empieza aceptando que él ha viajado, le gusta viajar, ser turista, y quiere seguir haciéndolo. Con el pesar de que contribuye a un daño local y mundial, expresando su deseo de tener una alternativa no perjudicial. Pero ¿cuál? Su pregunta es si existe esa alternativa.

El sociólogo francés revisa la cultura humana asegurando que viajar es una parte inseparable de ella. Durante milenios fue una actividad insegura y peligrosa que solo asumían los aventureros o los desesperados. Quienes se quedaban en casa demandaban sus relatos para saber qué había más allá, y las primeras grandes creaciones literarias, como La Odisea, son, además de poemas épicos, relatos de viajes. Christin nos señala los dos fenómenos que alteraron este statu quo, la forma de entender el viaje de la contracultura y el ocio consumista de masas. La generación Beat, bajo aquel On the Road de Jack Kerouac, proponía viajar como un acto subversivo, y de hecho el desplazamiento, en ese libro referente de aquella primera generación juvenil, es un vagabundeo, un viaje sin propósito. Por su parte, el acceso de la clase media al viaje de aprendizaje, al elitista Grand Tour de las élites, fue reconvertido por el turismo en una experiencia asequible a las clases medias. Pero ¿qué nos queda hoy de vagabundeo o de aprendizaje en el mundo después de tantas décadas de explotación turística? Cero. No hay habitantes en los destinos, que, turistificados, imposibilitan al visitante conocer el modo de vida de quienes viven en el lugar. La globalización ha convertido cada destino en un escenario al que solo distingue su arquitectura, con los mismos comercios parte de cadenas internacionales, las mismas experiencias, y hasta un gentrificación gastronómica adaptada al gusto turístico. No hay nada subversivo ni hay aprendizaje en esa actividad donde solo te puedes relacionar con otros turistas. Pero la presión social es demasiado fuerte, y quien no se va durante las vacaciones a otro lugar distinto al de su residencia habitual es considerado un paria.

Las soluciones de la industria turística, señaladas por Christine, ponen los pelos de punta. Asustada ante el rechazo a su actividad, está considerando como solución encerrar a los turistas en espacios y recorridos que no molesten a los habitantes locales. Porque a la turismofobia ha seguido la turistafobia: ahora ya no solo odiamos el turismo sino también a ese invasor de nuestro espacio, el turista, responsable de empeorar nuestras condiciones de vida. Y no es fobia, realmente empeoran tanto nuestras mismas calles como las cacas de perro sin recoger. Así que no es casual que el autor recoja o invente nuevas palabras, como turistafobia, para definir los fenómenos sociales provocados por el turismo. Al hacerlo anticipa los escenarios de reflexión donde debemos colocarnos. Como ese dato tan relevante de que cuando un extranjero viaja a otro país, el 80 % del beneficio turístico se queda en su país de origen. ¿Imposible? Pensemos en a quién pertenecen las multinacionales hoteleras y medios de transporte. Muchas de nuestras empresas nacionales gestionan paquetes turísticos con destino a todo el mundo, así que no solo somos un país receptor. Y para las multinacionales, por cierto, el único turismo que da beneficios es el de masas. Puede que nosotros, que vivimos en un país heredero de una idea monolítica, el turismo es bueno, el turismo es benéfico, un gran generador de riqueza, hayamos sido víctimas de un engaño.

Y atención porque aunque Christine nos señala que Francia, España y EE. UU. somos el principal ejemplo, nuestro modelo y sus consecuencias nefastas ya se están exportando a cualquier rincón del planeta. Con los viejos argumentos benéficos, ahora asociados al ecologismo. Propone como ejemplo ilustrativo el derretimiento del permafrost. La capa de suelo que lleva congelada desde las últimas glaciaciones desaparece a toda velocidad debido al cambio climático. Al hacerlo liberará una ingente cantidad de metano, hará revivir virus que llevan adormecidos allí miles de años, y recalentará un poco más el planeta. ¿Qué tenemos para evitarlo? Un proyecto turístico. El inmenso Parque del Pleistoceno, que en apariencia es un proyecto para recuperar el mamut mediante ingeniería genética, y luego otras especies extintas, pretende financiarse con los turistas que lo visiten. La sinrazón del planteamiento no tiene límites, y, apunta el sociólogo, conecta con el problema del ecologismo político. Que de movimiento en defensa del medio ambiente ha ido convirtiéndose, cada vez más, en un defensor de la actividad económica «sostenible». La etiqueta de turismo ecológico ya ha aparecido, y tiene tanto sentido como la de petróleo verde.

Son apenas unos pocos ejemplos de los muchos razonamientos y reflexiones que llenan las páginas de Contra el turismo. Razonamientos generales que pueden aplicarse a lo local a poco que reflexionemos. El autor nos recuerda, por ejemplo, que en esta nueva presión climática donde los veranos abrasadores y los inviernos cálidos ya no son frecuentes, acudimos como turistas al arroyo de montaña a refrescarnos. Llamando a la tragedia, porque bastará que lo hagamos muchos, y lo publiquemos en las redes para que el fabuloso lugar al que acudimos acabe reventando de turismo y perdiendo sus cualidades. Está pasado en Asturias, una región que este verano se convertía en la más demandada para la compra y alquiler por parte del público internacional. Y nuevo destino turístico preferido por ser de los pocos que conserva la frescura veraniega en la península, ahora convertida en horno. El Principado ha tenido que prohibir el acceso a vehículos particulares a los lagos de Covadonga, y varios turistas han sido rescatados por no tener la preparación, el calzado, ni el más mínimo sentido común, al subir a Picos de Europa en sandalias.

Tenemos que matar el turismo, sugiere Christin, pero no renunciar a los desplazamientos. Con idealismo, o con ingenuidad, la conclusión queda a juicio del lector, nos llama a recuperar otra forma de viaje, a inventarla. No apoya su propuesta en el vacío, ecología y sofismo están muy presentes en su libro, incluso desde el inicio. La primera parte, planteada en forma de preguntas y respuestas, es casi un diálogo socrático. Lo concluye con la llamada a crear una ecosofía que vertebre una nueva contracultura. Un modo de pensar donde el antiturismo sea una manifestación más del anticapitalismo. Esa idea asustará a muchos, los que se preguntan si limitar el capitalismo no limitará también el bienestar. Por no hablar de que regiones enteras viven del turismo y sin él serían desiertos de parados y emigrados. La tragedia, matemos el turismo o muramos por él, está servida.

Pero su libro no es un manual, sino una puerta, y tal vez incluso unas gafas para ver bien al elefante en la habitación. Esa nueva generación perdida de jóvenes que afirman con naturalidad que no tendrán hijos —demasiado caros— ni sueñan tener vivienda en propiedad —inasequible— y que ya no espera el bienestar futuro, conformándose con la supervivencia, no viajará. ¿O sí? ¿Ocurre esto realmente para toda una generación o es cosa solo de unos pocos precarios? El debate se sostiene porque no es fácil resumir la precariedad, los problemas de vivienda o la baja natalidad resumidos en una imagen. Los perjuicios del turismo, en cambio, no hay quien los oculte. Basta asomarse a la calle. Y tal vez esa sea la mejor baza para que las ideas antiturísticas creen realmente una contracultura, porque todos los grandes cambios sociales se generaron a raíz de un malestar visible y universal para todos. Necesitamos salvavidas, y quizá el antiturismo pueda ser uno de ellos.

 

Martín Sacristán

· reseña en Jot Down del libro
Contra el turismo. ¿Podemos seguir viajando? (2023)

 

jueves, marzo 21

¡Cuidado con el ecologismo de Estado!

 

 

Vivimos en un mundo que no funciona, que está en franco declive, que se hunde, tal como parecen indicar los síntomas de la degradación directamente comprobables, desde el desarreglo climático hasta las hambrunas y patologías emergentes, desde la contaminación generalizada a la deforestación galopante, desde las guerras por el control de recursos cada vez más escasos hasta la desigualdad social creciente, desde la extensión de la peste emocional, religiosa o nacionalista, hasta la escalada del autoritarismo y la proliferación de guerras. No se trata pues de una simple crisis, sino de una catástrofe ecológica, política y social que adquiere visos de normalidad, puesto que lleva años produciéndose. En efecto, la economía global, último estadio de la civilización capitalista, se ha mostrado como una fuerza destructora mayor, capaz de alterar irreversiblemente los ciclos vitales de la naturaleza, de arruinar la sociedad y de destruirse con ambas. Hecho histórico inaudito, el impacto económico y tecnológico ha desbordado los límites de sociedad de masas, se ha salido de la esfera social y política, adquiriendo la devastación dimensiones geológicas. Las condiciones de supervivencia y el equilibrio mental de la especie humana están siendo profundamente deterioradas. La novedad es que no hay vuelta atrás. La población deberá irse acostumbrando a sobrevivir en condiciones cada vez más extremas. En resumen, el capitalismo es la catástrofe misma, y el problema no es que se derrumbe, una buena cosa se mire por donde se mire, sino que en su demencial carrera hacia el abismo nos arrastre a todos. Las almas cándidas que no paran de rogar por la salvación del planeta Tierra, por la preservación del hábitat de la humanidad, contra la extinción de las especies, etc., harían bien en precisar que es del capitalismo en todas sus facetas del que hay que salvarlo, y que ello comporta su abolición, que es la de las desigualdades, de las jerarquías, de los aparatos políticos, de la división del trabajo, del patriarcado, de los ejércitos y de los Estados.

La Naturaleza ha pasado plenamente a formar parte de la economía; ha dejado de ser un entorno inmutable que soporta a una sociedad evolucionando históricamente. Se ha «civilizado». Tierra, mar, aire y seres vivos no son solamente meros objetos de mercado, sino auténticos motores de la acumulación de capitales. El capital se apropia de la Naturaleza, o como se suele decir, del medio ambiente, igual que se había apoderado antes de la vida social. La esclavización de la Naturaleza culmina la de la humanidad. La Naturaleza ya no queda fuera de la historia, no es ajena al tiempo lineal de la sociedad de masas, puesto que las catástrofes que la afectan tienen origen económico y social. Son consecuencia de un proceso histórico ligado al ascenso y consolidación de una clase que funda su poder en el control de la economía: la burguesía. Y esa misma clase dominante, históricamente transformada en elite dirigente mundial, ha tomado conciencia de que el nuevo empuje de la economía – el mayor avance en la destrucción del territorio- depende de la administración de las catástrofes que su expansión ha provocado. La configuración del territorio de acuerdo con la lógica de la mercancía continúa de manera acelerada. La guerra contra la Naturaleza sigue, pero disimulada bajo una aparente paz ecológica en forma de compromiso elitista (cumbres, agendas, mercados de la polución, etc.). El catastrofismo es ahora parte importante de la ideología dominante -la de la clase dominante- hasta hace poco optimista y progresista, puesto que el pesimismo es más de recibo en un mundo que hace aguas. El desastre no se puede negar ni reconducir. Hay que admitirlo. La basura campa a sus anchas, el ocio industrializado hace estragos, la biodiversidad se pierde y la opresión se multiplica. El mensaje actual de la dominación es claro: la catástrofe es real, la amenaza del colapso es muy plausible, pero según las altas esferas la responsabilidad compete a una humanidad abstracta, ávida de riquezas, muy prolífica y genéticamente autodestructiva. Resulta que todos somos culpables de la catástrofe por ser como dicen que somos, animales que obedecen solo a su interés personal y persiguen exclusivamente el beneficio privado. Solamente los que han cortado siempre el bacalao pueden librarnos de ella, porque solo ellos tienen la capacidad, los conocimientos y los medios necesarios para hacerlo sin frenar el crecimiento económico ni modificar en lo sustancial el sistema. En fin, conservando con fidelidad el statu quo, no afectando en lo fundamental las estructuras financieras, políticas y sociales.

La solución de los dirigentes radica en un nuevo sistema industrial de producción y servicios que controle los flujos migratorios y camine de la mano de tecnologías «verdes», las verdaderas protagonistas de la «transición» del viejo mundo ecocida con sus fuentes de energía «fósil» al nuevo mundo sostenible con sus «yacimientos» de energía «renovable». La nueva economía «baja en carbono» llega en auxilio de la vieja economía petrolificada, no para desplazarla, sino para complementarla. Ambas son extractivistas y desarrollistas. Las multinacionales dirigen toda la operación: el capitalismo es quien reverdece. Así pues, el consumo de combustible fósil no se verá afectado por la producción de agrocarburantes y de energía de fuentes que de renovables no tienen más que el nombre. El consumo mundial de energía que los dirigentes tildan de «verde» nunca sobrepasará a la energía «fósil»: en la actualidad no llega al 14 % del total. Por consiguiente, las centrales nucleares, las térmicas, las incineradoras, las metanizadoras, la fractura hidráulica, los cultivos energéticos y los embalses incrementarán su presencia, esta vez en compañía de las industriales eólicas, fotovoltaicas, termosolares y de biomasa. Las nuevas tecnologías sostienen a la sociedad explotadora, dependen de ella tanto o más que lo contrario. El crecimiento, el desarrollo, la acumulación de capital o como quieran llamarlo, se apoya ahora en la economía «verde», en la «sostenibilidad», en los puestos de trabajo «verdes», en las innovaciones ecotécnicas que concentran poder y refuerzan la verticalidad de la decisión. Resumiendo: en las catástrofes administradas desde la cúspide financiera. El ecologismo de Estado es el nuevo valido, la vanguardia profesional auxiliar de la clase política alumbrada por el parlamentarismo, el voraz consumidor de los fondos públicos y privados destinados a financiar proyectos de apuntalamiento del sistema y de rentabilización de la marginalidad.

Un ecologismo de ese tipo es casi imprescindible como instrumento estabilizador de la fuerza de trabajo expulsada definitivamente del mercado, pero todavía lo es más como arma de deslocalización de las actividades contaminantes hacía países pobres, cuya mayor oportunidad de formar parte de la economía global consiste en convertirse en vertederos. El ecologismo de Estado viene representado primero por una gama de partidos de corte ecoestalinista, fruto del reciclaje del estalinismo residual, clásico, bajo los parámetros del ciudadanismo populista, como por ejemplo Podemos, Comunes, IU o Equo, que pregonan el Geen New Deal entre los Estados y las multinacionales. A continuación vienen un montón de colectivos y asociaciones reformistas que no van más allá de la economía «solidaria» de mercado, el consumo «responsable», la explotación de energías «renovables» y el desarrollismo «sostenible.» Mayor grado de complicidad con el orden tienen los ecologistas patentados y financiados de las grandes ONG’s del estilo de Green Peace o WWF, o de las movidas tipo Extinción-Rebelión, que aspiran a convertirse en lobbies, y sobre todo los tertulianos «transicionistas», los «colapsólogos» y las vedettes del espectáculo conmovidas por la devastación planetaria. Sin embargo, el núcleo duro de esa clase de ecologismo está compuesto por una fauna considerable de arribistas cretinos, trepas advenedizos y aventureros aprovechados que se distribuye por las instituciones, los medios, las redes sociales y las cúpulas orgánicas en tanto que candidatos, expertos, asesores, consejeros y directivos. Se puede confeccionar una extensísima lista con sus nombres. El común denominador de todos ellos es no constituir una amenaza para nada ni para nadie. No cuestionan los tópicos fundacionales del dominio burgués -«democracia», «ciudadanía», «progreso», «Estado de derecho»- sino más bien lo contrario. Realmente no quieren acabar con el capitalismo ni desindustrializar el mundo. Sus miras son mucho menos ambiciosas: la mayoría se dará por satisfecha con ver incluidas algunas de sus propuestas en las agendas de los partidos principales y los gobiernos. Al fin y al cabo, su trabajo vocacional se limita a presionar a los políticos, no a expurgar la política. Intentan ejercer de intermediarios en el mercado territorial a través de normativas conservacionistas, tal como hacen los sindicatos en el mercado laboral.

El Estado vertebra o desvertebra la sociedad en función de poderosos intereses privados, los intereses de la dominación industrial y financiera, y no en beneficio de las masas administradas. Eso es algo inamovible. El saqueo del territorio por parte de las elites económicas está siendo facilitado desde las instancias estatales, que para eso están, reforzando de paso su estructura jerárquica, consolidando la clase político-funcionarial y extendiendo los mecanismos de control social. No hay Estado «verde» posible, porque ningún Estado que se precie va a actuar en contra de los intereses oligárquicos, y estos pasan por la explotación intensiva de los recursos naturales más que por el decrecimiento. La detención de la catástrofe implicaría la del desarrollo y la mercantilización, con temibles derivaciones como la erradicación del consumismo, el desmantelamiento de las industrias, las autopistas y la gran distribución, la desmotorización, la desurbanización del espacio, la disolución de la burocracia, la descentralización total de la producción energética y alimentaria, el fin de la división del trabajo, etc., todas ellas contrarias al Estado producto de la civilización industrial. Por eso el ecologismo del Estado preferirá distraer a su público con pequeños gestos superficiales de responsabilidad ciudadana. No irá más allá de los impuestos, los decretos y las comisiones de seguimiento; no sobrepasará la recogida selectiva de basuras, la limitación de la velocidad a 80 Km/h, el fomento de la bicicleta, la promoción de los alimentos orgánicos, el alumbrado de bajo consumo o la prohibición de determinados envases de plástico, nada de lo cual contribuirá visiblemente al cambio ecológico o a la democratización de la sociedad. El aparato de la dominación reposa sobre una población infantilizada, excluida de la decisión y despolitizada, volcada en su vida privada; el Estado se nutre de una sociedad artificial, hiperurbanizada, estratificada, clasista, en fuerte desequilibrio con el entorno y por consiguiente insostenible. Si una sociedad así nunca será ecológicamente viable, tampoco lo será un Estado forjado en su seno por mucha voluntad que alguno le ponga. Todo el mundo lo sabe, pero los falsos ecologistas adoran al Estado por encima de todas las causas.

Los verdaderos ecologistas están en otra parte. Los auténticos ecologistas son antidesarrollistas. Su programa rechaza el papel preponderante de la técnica en la orientación evolutiva de la sociedad, es decir, condena como falacia perniciosa la idea de «progreso». Asimismo, critica y combate la concentración de la población en conurbaciones y la proletarización de la vida de sus habitantes, tanto en su dimensión material como en la moral. Lucha contra la alienación y consecuencia necesaria de la masificación. Para ellos la civilización industrial y el Estado que la representa son irreformables y hay que combatirlos por todos los medios, desde luego, medios que no contradigan a los fines. Boicots, marchas, ocupación, movilizaciones, etc. La defensa del territorio es antiestatista y anticapitalista tanto en la forma como en el contenido. Busca la salida del capitalismo, la desmercantilización del territorio y las relaciones humanas, y la gestión pública a través del ágora, es decir, de las asambleas. La catástrofe ecológica no podrá conjurarse más que con un cambio drástico del modo de vida, una «desalienación», lo que nos remite a la restitución del metabolismo normal entre la urbe y el campo, a la unificación del trabajo intelectual y físico, a la supresión de la producción industrial, a la abolición del trabajo asalariado, a la extinción de las formas estatistas… La cuestión teórica y práctica que se plantea consiste en cómo elaborar una estrategia realista de masas para llevar a cabo los objetivos descritos. La salvación del planeta y de la humanidad doliente dependerá de que la capacidad que tenga la población oprimida para salir de su letargo y emprender el largo camino de la resistencia con el fin de acabar con un mundo aberrante y construir en su lugar una sociedad verdaderamente humana, armoniosa, libre de constricciones económicas y políticas. Eso no pasa por el Estado.

 

https://diario16plus.com 

Miquel Amorós

viernes, marzo 15

La cueva de la clase media

 


A mi lado

el sofá, la tele de plasma,

el supermercado.



La imaginación, la insumisión, la rebeldía

a mil millones de millas de distancia.






Antonio Orihuela. Velas para el Antropoceno. Ed. Acsal, 2023

martes, marzo 12

50 años del asesinato a manos del Estado de Salvador Puig Antich

 


Año tras año llega el 2 de marzo, y en este 2024 se cumplen 50 años del asesinato a manos del Estado del militante del MIL, Salvador Puig Antich.

Salvador era un joven de familia trabajadora y con sueños de libertad y de acabar con la dictadura franquista para poder lograr una sociedad mejor. Su asesinato fue el reflejo del modo de actuar de una dictadura revanchista y violenta. Fue condenado a pena de muerte en un juicio sin mínima posibilidad de ejercicio de defensa. Como venganza del ataque al núcleo duro del franquismo con el atentado a Carrero Blanco, los platos rotos los pagó Puig Antich. Fue un caso claro de lo que hoy se llama “ejecución extrajudicial”, una grave violación de los derechos humanos.

El Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) realizaba atracos para colectivizar los recursos de los bancos en actividades de lucha contra la dictadura y apoyo a los presos anarquistas.

Pero los miembros del MIL no eran unos maleantes sino unos soñadores “románticos” que, como en muchas ocasiones en los grupos antifranquistas, sufrieron las denuncias de infiltrados y delatores. Y así cayó Salvador, vendido por un delator, se revolvió en el momento de la detención y en medio de un tiroteo un policía cae muerto, al igual que Salvador que resultó herido por balas. El primer paso hacia el vacío en la defensa de Salvador fue el juzgarlo por un tribunal militar y que le llevó a la terrible muerte a garrote vil.

Ya nos podemos imaginar las garantías ofrecidas al reo por parte del tribunal. La investigación fue nula y la condena a Puig Antich estaba decidida desde el mismo momento en que el subinspector Francisco Anguas murió. En el juicio no se permitió ni una sola prueba a la defensa, como denuncia en declaraciones Magda Onarich. Del mismo parecer es Jordi Panyella y así lo refleja en su libro “Salvador Puig Antich, caso abierto” tras analizar el sumario y la toma de testimonios que se habían mantenido en silencio por miedo. De hecho ha descubierto la ocultación de documentos y de pruebas que demostraban la exculpación de Salvador.

A pesar de los ímprobos intentos de su familia pidiendo la revisión del proceso y así demostrar la ignominia de su asesinato, han sido rechazados los recursos de revisión de la sentencia incluso con las nuevas pruebas logradas tras la investigación del periodista Panyella. Su hermana Merçona fue a Argentina para prestar declaración en la querella contra los crímenes del franquismo interpuesta en el Juzgado n° 1 de Buenos Aires. Incluso el Ayuntamiento de Barcelona, junto a las hermanas de Salvador, llegó a presentar querella contra Carlos Rey González, actual abogado y ex juez del Consejo de Guerra que firmó la pena de muerte de Salvador Puig Antich y, como en todos los casos, acabó archivada.

Ahora se cumplen 50 años de su asesinato y muchas se suman a su recuerdo y al homenaje pero hace 50 años eran pocos los que se movilizaron pidiendo el indulto o la conmutación de la pena de muerte como dice el historiador Guzmaro Gómez “Al PSUC, al PCE, al PSOE y a todos los que están negociando la salida de la clandestinidad no les conviene nada en aquel momento aparecer vinculados a la estrategia insurreccional, violenta que habían practicado Puig Antich y el MIL”.

Salvador Puig Antich era un anarquista y también un soñador. Y soñaba con un indulto y conmutación de su pena de muerte hasta el momento final. Pero estaba claro que el régimen sanguinario quería mandar un mensaje a la lucha antifranquista y a pesar del golpe duro recibido por el asesinato del seguro continuador de la dictadura unos meses antes, tenía que demostrar fortaleza y mano dura.

Y hoy su muerte quiere ser aprovechada para llevar a su terreno a quien no puede tomar partido. Pero lo único que tenemos es el compromiso de Salvador con un grupo autónomo y que rechazaba la sumisión a una jerarquía y cuyo compromiso era la edición de materiales para la educación revolucionaria de la clase trabajadora. La doble intención de siempre relacionar el anarquismo con la violencia ya resulta cansina y exaspera está manipulación que acaba llevando a relacionar a Salvador Puig Antich con el pistolerismo.

Lo cierto es que un joven inocente de la muerte del policía acabó ajusticiado de una de las maneras más crueles que ha desarrollado el Estado y sus sueños quedaron ahogados en su muerte. A pesar de todo, hoy desde el movimiento libertario se debe reivindicar la lucha que representa la figura de Salvación Puig Antich porque encarna la rebeldía contra la opresión y por la educación de la clase trabajadora para su implicación en la revolución.

Salvador, junto con Heinz Chez, fueron los últimos ajusticiados a garrote vil en el Estado español. Todo parece indicar que su ejecución se vio arrastrada por la decisión de llevar a cabo el cumplimiento la condena a pena de muerte del militante anarquista sin remisión. Para que no se notara la saña del régimen con el luchador anarquista parece que se decidió llevar a cabo la condena del delincuente preso en la cárcel de Tarragona que no tenía ningún apoyo ni familiar ni social en su defensa. Así, sus vidas con distintos caminos acabaron unidas en las portadas de la prensa del momento como los últimos ajusticiados de forma sádica por un régimen sangriento.

 

 Actos que se celebrarán en homenaje a Puig Antich

 


 


Charo Arroyo

sábado, marzo 9

Sobre la supuesta bondad natural del ser humano en el anarquismo


 

Se entiende que cualquier postura política o social tiene ciertas concepciones antropológicas. ¿Cuál es la del anarquismo? ¿Qué defiende en realidad a este respecto? 
 
 

Antes de nada, convendría establecer a qué denominamos “naturaleza humana”. En general, es la atribución de un componente común en toda la especie humana, una característica esencial que hace al hombre (y a la mujer) ser “humanos” como tales. Bien es verdad que la propia existencia de una naturaleza compartida suscita muchos debates y que no hay como tal una opinión unánime de que esto se dé o en el caso de que se diese, cuál sería dicho sustrato común a todo ser humano independientemente de cuál sea su recorrido histórico. No obstante, puesto que este artículo parte de una asunción falaz sobre dicha cuestión que se asocia usualmente con el pensamiento ácrata, las diversas opiniones acerca de la verificabilidad o realidad de la supuesta existencia de una “naturaleza humana” no tienen mucha relevancia aquí.

Muchos de los argumentos que se establecen como críticas hacia al anarquismo se basan en la falsa creencia de que los libertarios conciben al ser humano como “bueno por naturaleza”, que ese sería el único motivo o aliciente para que una sociedad sin Estado ni jerarquías fuese posible o incluso deseable. Sin embargo, eso no es así. 

Los y las anarquistas no creen que la bondad forme parte de nuestra esencia; no existe tal visión especialmente optimista. Por supuesto que puede haber individuos libertarios e incluso colectivos que así lo crean, pero no son ni de lejos una mayoría, ni su posición puede servir para llevar a cabo un juicio sobre el anarquismo en su conjunto. Como se ha adelantado, y tal y como lo expresa Gabriel Kuhn (Revolución es más que una palabra: 23 tesis sobre el anarquismo), una de “las mayores críticas al anarquismo desde las ideologías marxistas (socialdemócratas o leninistas) [es que] el anarquismo es ingenuo, ya que tiene una visión idealizada de la naturaleza humana y las relaciones sociales”; no obstante, también añade que “la visión anarquista de la naturaleza humana es, de hecho, mucho más sutil que la de las otras corrientes de la izquierda (por ejemplo, en relación con la psicología del poder)”.

Sin falsear a Kropotkin

Algunos de los teóricos que sostienen esta crítica buscan fundamentarla en uno de los autores ácratas con más renombre: Piotr Kropotkin, principalmente por su obra El apoyo mutuo. En este trabajo, el teórico ruso principalmente lo que pretende demostrar, gracias a su interés científico por los comportamientos entre las diferentes especies de animales no humanos, es que hay un matiz importante en la famosa tesis darwinista. Cuando se exclama con vigor que la evolución se da por la “selección natural”, con la “supervivencia del más apto/idóneo”, a veces se malinterpretan sus conclusiones.

Que cierta característica suponga una “ventaja adaptativa”, que haga a determinado individuo más apto para la supervivencia, difiere, como es obvio, de los diferentes hábitats, pero tiene más que ver con la adaptabilidad a las circunstancias que podrían aparecer como adversas. Aquí es donde entra Kropotkin con sus diferentes observaciones, investigaciones y estudios acerca del mundo animal, sin escatimar en ejemplos: pingüinos, escarabajos sepultureros o las aves migratorias. Mencionando al biólogo K. F. Kessler (cita que también aparece destacada en la obra del anarquista ruso):

Ciertamente, no niego la lucha por la existencia, sino que sostengo que, al desarrollo progresivo, tanto de todo el reino animal como en especial de la humanidad, no contribuye tanto la lucha recíproca cuanto la ayuda mutua. Son inherentes a todos los cuerpos orgánicos dos necesidades esenciales: la necesidad de alimento y la necesidad de multiplicación. La necesidad de alimentación los conduce a la lucha por la subsistencia, y al exterminio recíproco, y la necesidad de la multiplicación los conduce a aproximarse a la ayuda mutua. Pero, en el desarrollo del mundo orgánico, en la transformación de unas formas en otras, quizá ejerza mayor influencia la ayuda mutua entre los individuos de una misma especie que la lucha entre ellos.

Esto es lo que viene a defender Kropotkin a lo largo de su obra: que el apoyo mutuo se da en muchas especies del reino animal y que resulta, en una inmensa cantidad de situaciones, mucho más efectivo para la evolución y la supervivencia que la superioridad adaptativa de un individuo. Con esto muestra que la solidaridad es una posibilidad real (que no una cualidad innata), no un sueño utópico.

Las causas antes que los efectos

Por otro lado, en ese señalamiento de ingenuidad hacia los y las libertarias que niegan la necesidad de las prisiones y de las fuerzas de represión gubernamentales, no se encuentra una cantidad de fuentes ácratas suficiente sobre la que poder fundamentar que la protesta nazca de una concepción buenista del ser humano. Es decir, casi ningún teórico o teórica anarquista justifica la abolición penitenciaria sobre la base de una bondad innata del ser humano.

Por nombrar otra autora: Emma Goldman, muy crítica con el sistema penitenciario y los engranajes que lo mantienen, estudia las causas de la criminalidad; ella se centró principalmente en la moralidad de su época como un gran condicionante o incluso detonante de las actitudes delictivas, aspecto que hoy no podríamos tampoco desechar. No defiende que en una sociedad anarquista no fuese a haber ningún tipo de disputa ni que todas las personas nos convirtiésemos en seres de luz en una sociedad regida por el apoyo mutuo, sino que, como muchos de sus compañeros y compañeras, muestra que la inmensa cantidad de delitos vienen propiciados por unas condiciones sociales que el anarquismo quiere combatir de raíz. Ya lo comentaba Proudhon con su “la propiedad es un robo”, pero las críticas abarcan muchos ámbitos más.

Una gran cantidad de los comportamientos que asumimos como nocivos para una convivencia más armónica son actitudes que parten de ciertas culturas, tradiciones o sistemas de valores (como la santidad de la propiedad privada, exacerbada por el capitalismo): la envidia, la avaricia, la meritocracia y su consecuente competitividad, etc. Con esto se señala la gran influencia del contexto en el comportamiento del ser humano; lejos de defender que se deba a una única causa, muestra una gran relación entre los valores sociales y la mayoría de los delitos penados en la actualidad. De esta forma se quiere hacer hincapié en el ámbito de lo normativo, no de lo natural; de cómo es la esfera social la que alberga los valores, un espacio que es puramente contingente y que va cambiando de manera continua.

Más una potencialidad

Puesto que uno de los mayores estandartes del anarquismo es la posibilidad de cambio, de desarrollo, no se trata tanto de que el ser humano tenga unos componentes concretos que se manifiesten continuamente en el sujeto, sino que pueda tenerlos en potencia. En esta línea, Tomás Ibáñez en su libro Agitando los anarquismos. De Mayo del 68 a las revueltas del siglo XXI, dedica un capítulo a esta cuestión, cuyo título ya es una sentencia clara: “La naturaleza humana: un concepto excedentario en el anarquismo”. En este texto subraya que

Resulta totalmente falso en cuanto nos tomamos la molestia de examinar el discurso anarquista […] que se caracterice por asumir una concepción de la naturaleza humana cercana a la de Rousseau. En general, las figuras clásicas del anarquismo se inclinan más bien por enfatizar la plasticidad del ser humano, destacando que se compone tanto de rasgos positivos como negativos. De hecho, consideran que estos rasgos entran a menudo en conflicto y, por eso, debemos estar siempre en alerta y reconstruir constantemente las condiciones de la libertad para que una vida colectiva sin coerción sea posible.

Es decir, se trata de construir una situación en la que la anarquía sea realizable; énfasis en “construir”, puesto que no viene dado. Para que esto sea factible, solo hace falta que el ser humano tenga la potencialidad de esos valores de apoyo mutuo que se desean y se den las circunstancias históricas que posibiliten el desarrollo de esa potencialidad, lo cual creo que es evidente que se ha demostrado como cierto a lo largo de la historia o de las diferentes experiencias que hayamos podido tener cada una.

La única naturaleza humana en el anarquismo

A pesar de todo lo expuesto, si necesariamente (que no creo que sea el caso) el pensamiento libertario tuviese que postular y posicionarse sobre una naturaleza humana concreta, sería la mutabilidad. El atributo de cambio es lo que necesariamente posibilita la libertad, que no viene predefinida de manera innata y por tanto no se guía hacia el “bien”, alejándose del “mal”, una libertad a secas, sin adjetivos. La posibilidad del individuo de escoger qué es lo que quiere hacer, ya contribuya a una mejor convivencia o suponga un conflicto: lo que se defiende es eso. Lo que se persigue, o se intenta reconquistar, es eso.

Si, en cambio, no pudiésemos ser maleables, caeríamos en el más profundo determinismo, negando así no solo la posibilidad de la anarquía, sino de cualquier otro sistema de organización y de valores que no fuesen los actuales. Cuestión que, por otra parte, el desarrollo histórico ya desmiente por la existencia de diferentes épocas con sus distintas formas sociales. No obstante, casi la propia pregunta acerca de una naturaleza humana ya lleva consigo cierta determinación hacia el ser humano: algo que es y no puede cambiar, que le acompaña (o le custodia) desde su nacimiento hasta su muerte. Por esto la propuesta supone en sí misma una paradoja: si el atributo compartido por todos los seres humanos es que cambiamos y que no venimos determinados, es que no puede considerarse en sí un atributo común, puesto que lo común es que no hay nada común.

Mientras que con este artículo se ha pretendido dar un par de pinceladas al mayor argumento esgrimido contra el anarquismo, con el que se forma una especie de falacia “hombre de paja” o petición de principio, puesto que la premisa que se emplea no es la adecuada, no se pretende realmente postular, en su lugar, otra premisa naturalista, sino anularla. Y aquí una conclusión, reflexión y/o advertencia: hay que prevenir que la naturaleza del ser humano abarque una cuestión central en los debates acerca de la viabilidad del anarquismo porque, además de suponer un estancamiento, sería “entrar exactamente en el juego de quienes niegan la posibilidad de la anarquía alegando su incompatibilidad con la naturaleza humana y es caer en la trampa de utilizar la misma lógica argumentativa que inspira su discurso” (Ibáñez, op. cit.).

 

Silvia K. Döllerer   

https://www.elsaltodiario.com

miércoles, marzo 6

«Una vida sobria para la revolución. Hardcore Punk, Straight Edge y Políticas Radicales», Gabriel Kuhn (Ed.).

 


El Straight Edge ha resistido a lo largo de las últimas décadas como una cultura hardcore punk libre de drogas. Sin embargo, su legado político permanece a menudo ambiguamente asociado con una soberbia postura machista autorreferencial y con un puritanismo conservador. A pesar de que algunos elementos de la cultura Straight Edge se alimentan de tal percepción, la historia política del movimiento es de lejos mucho más compleja.

Desde los orígenes del Straight Edge en Washington D.C. a inicios de los años 80, individualidades, bandas y escenas enteras a lo largo del mundo lo ha vinculado al pensamiento y al compromiso radical. Una vida sobria para la revolución traza esta historia.

Esto incluye contribuciones –en la forma de profundas entrevistas, ensayos y manifiestos– de un gran número de artistas y activistas con vínculo con el Straight Edge, desde Ian MacKaye (Minor Threat/Fugazi) a Dennis Lyxzén (Refused/The (International) Noise Conspiracy) u otras bandas musicales, hasta proyectos feministas (Emancypunx), activistas disidentes sexuales y de género, pasando por colectivos radicales como CrimethInc u otros dedicados tanto a una vida sobria como a la lucha por un mundo mejor.

 

 «Una vida sobria para la revolución. Hardcore Punk, Straight Edge y Políticas Radicales», Gabriel Kuhn (Ed.).
Rústica con solapas, 396 páginas

 

ÍNDICE:

Prólogo (In my heart empire).
Cronología.
Introducción.

Capítulo 1: Bandas:

  • Minor Threat – Entrevista con Ian MacKaye.
  • ManLiftingBanner – Entrevista con Michiel Bakker, Olav van den Berg y Paul van den Berg8.
  • Refused – Entrevista con Dennis Lyxzén.
  • La sombra del Punk por llegar.
  • Point of No Return – Encaminándose a seguir siendo Straight Edge.
  • Entrevista con Frederico Freitas.
  • New Winds – Entrevista con Bruno “Break” Teixeira.

Capítulo 2: Escenas:

  • Israel – Entrevista con Jonathan Pollack.
  • Suecia – Entrevista con Tanja.
  • Entrevista con Gabriel Cárdenas.
  • Polonia – Entrevista con Robert Matusiak.
  • EEUU – Entrevista con Kurt Schroeder.

Capítulo 3: Manifiestos:

  • XsaraqaelX – El Straight Edge Antifa.
  • Entrevista con XsaraqaelX.
  • CrimethInc. – Anarquía y Alcohol.
  • Entrevista con CrimethInc. Agente Carrie No Nation.
  • Nick Riotfag – Hacia un mundo menos jodido: Sobriedad y lucha anarquista.
  • Epílogo: Hacia un mundo menos jodido: Cinco años después y en la lucha.

Capítulo 4: Reflexiones:

  • Nick Riotfag – Mi camino es de todo menos hetero: Hacia una crítica queer Radical de la cultura de la droga.
  • Lucas – “Yo sólo me emborracho con pollas” (Entrevista).
  • Jenni Ramme – Emancypunx (Entrevista).
  • Kelly (Brother) Leonard – xsisterhoodx (Entrevista).
  • Bull Gervasi – Cuando el Straight Edge se vuelve Crust (Entrevista).
  • Andy Hurley – Straight Edge, Anarcoprimitivismo y el Colapso (Entrevista).

Capítulo 5: Perspectivas:

  • Federico Gómez – Redes Hardcore (Entrevista).
  • Santiago Gómez – Entre la cultura y la política: el Straight Edge como resistencia intuitiva.
  • Laura Synthesis – La Reina de la Pro-Elección.
  • Ross Haenfler – Por qué sigo siendo Straight Edge.
  • Mark Andersen – Tendiendo puentes, no barreras. Positive Force DC, Straight Edge y la Revolución.

Índice de nombres

* * *

“Me parece fatal. Indiscutiblemente hay gente en el mundo musical
que no se toma en serio la política, pero sin duda hay muchísima
gente en el mundo político que no se toma en serio la música”.
(Ian MacKaye (Minor Threat/Fugazi)

domingo, marzo 3

¿Hispanidad?

 


Es harto complicado meterse en la mentalidad de un reaccionario, no obstante, dado cómo calan ciertos relatos fantásticos en el imaginario del vulgo, vamos allá. Como es sabido, en este inefable país, no es que el facherío ande últimamente muy subidito, lo cierto es que ganaron (manu militari, por supuesto) y la triste realidad es que nunca se fue del todo. Así, si no fueran tan peligrosos, resultarían solo irrisorios ese gesto de orgullo y esa reiterada insistencia de la labor civilizatoria que realizó en el ¿Nuevo? Mundo esa raza superdotada que es la hispana (sí, es sarcasmo y del bueno). Aquella gesta imperial que nuestros reaccionarios añoran fue acompañada de una, nada sangrante y totalmente altruista, intención evangelizadora, más bien ganada de antemano, ya que un ser ultraterreno todopoderoso estaba del lado de la superior raza hispana (no hace falta aclarar las intenciones sarcásticas, aunque a nuestra facha medio, quizá sí). Nuestros nacionalistas españoles, cierto es que ya algo hiperbolizados, llegan a afirmar que las aportaciones culturales del imperio fueron indescriptibles y, ya sin el menos asomo de vergüenza, niegan que hubiera esclavitud y apenas una poca violencia. Cierto es que todas las naciones tienen sus mitos para alimentar la alienación de sus ciudadanos, perfectamente desmontables, pero es que hasta en esto este indescriptible país se sale bastante de madre. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!

Si ya el concepto de identidad colectiva, en aras de la libertad individual, resulta más que cuestionable, el de Hispanidad merece especial atención. Al parecer, para mayor patetismo, la elección del 12 de octubre como fiesta nacional se realizó muy poquito antes de que España perdiera sus últimas colonias, Cuba y Filipinas, y ahí se fue forjando entre lagrimas el mito de la Hispanidad como eufemismo del nocivo legado imperial. Y es que toda ese herencia expansionista, de la que tan orgullosos se muestran los reaccionarios, en una labor reduccionista exenta de la menor intención ética y moral, no puede entenderse sin la muerte de millones de indígenas y sin, por supuesto, la esclavitud. No hay que dejar de lado que la conquista de América no la realizaron solo los españoles, también otra naciones europeas, y señalar lo inicuo de unos obviando lo que hicieron los propios es sencillamente repulsivo. La evangelización, en nombre de una religión tan «verdadera» como cualquier otra, junto a las ansias de poder y la acaparación de recursos, arrasó con otras creencias y expresiones culturales a sangre y fuego. Cierto es que otros imperios, como el azteca, eran ferozmente autoritarios e igualmente esclavizantes, pero la arqueología y la antropología esta demostrando, para acabar con estos relatos pueriles que tratan de meternos en la cabeza desde críos, que la humanidad ha dado lugar a otros tipos de sociedades, que la expansión imperial de unos u otros, siempre nociva, ha barrido para imponer un relato histórico en el que prima el centralismo.

Gran parte de esto que llamamos civilización se ha edificado en base a la violencia, algo indiscutible, la existencia de los Estado-nación, de los que tan orgullosos se muestran tantos, son las consecuencia de guerras, colonialismo, dominación y pillaje. Valga como ejemplo que muchas naciones latinoamericanas, después de lograr la independencia frente al imperialismo español, continuaron reprimiendo a los pueblos indígenas, ¡Es lo que tienen los Estados, sean del pelaje que sean! Esta es, desgraciadamente, gran parte de la historia de la humanidad, por lo que reivindicar mitos nacionales es una labor tan necia como obscena. Para el caso que nos ocupa, nuestros inefables reaccionarios aluden con patética insistencia a una supuesta leyenda negra sobre el imperio hispano, mantenida por otros imperios competidores, según la cual se enfatiza lo perverso (que no sería para tanto) y se obvian las muchas bondades. En fin, relatos pergeñados para mentes poco esforzadas. En la actualidad, incluso, se alude a una dominación del imperio anglófono, por lo que la mentalidad reaccionaria se reviste de rebeldía contra lo establecido en un ejercicio de confusión ya disparatado. Lo cierto es que, por supuesto, podemos aprender mucho de sociedades del pasado, de las que establecieron paradigmas de dominación, para no hacerlo, y de esas otras que lucharon contra el poder político en un contexto más igualitario de apoyo mutuo. Sea como fuere, las comunidades humanas han sido diversas y cualquier actitud reaccionaria, de un supuesto pasado idílico, es sencillamente ridícula y todavía, a pesar de lo que digan, con peso sobre el presente para interés de los que aspiran a gobernar. Vamos a aprender de la historia, pero también mirar hacia delante para tratar de fundar algo mejor en nombre de eso tan bello que es la fraternidad universal.

 

Juan Cáspar

jueves, febrero 29

Arriba parias de la tierra

 


Vuelven los esclavos

pero no traen canciones que hablan de libertad,



politonos, emoticonos y whatsapp,

cantan por ellos

las canciones del amo.





Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023